Uno crea con profundo amor los caminos de su vida.
En ese camino uno quiere encontrar lo más querido: familia, bondad, generosidad, afecto y tantas cosas.
Con infatigable esfuerzo uno persigue sus metas, y va creando esa vida que uno quiere tener.
Ingenuamente, uno, en sus años jóvenes, no se da cuenta que esa vida pequeña está al servicio de la Gran Vida.
Durante el tiempo vivido, uno es observador de como muchos de sus sueños se van cayendo por una causa u otra, y el paisaje soñado se va convirtiendo en otra cosa…
La lucha por mantener lo querido nos puede agotar y frustrar mucho.
Poco a poco, nos vamos dando cuenta que incluso los sueños más queridos no dependen solo de nosotros, hay otras personas o cosas involucradas en ellos. Por lo tanto, difícilmente, puedo tener control sobre mis sueños.
Cuando aceptamos que la vida soñada es muy frágil y está sujeta a cambios, separaciones, transformaciones, muertes, etc… en ese momento entramos en la realidad.
En esa realidad, la atención se mantiene en el ahora y uno cuida sus sueños como alas de mariposa; sabiendo que sólo la Gran Vida sabe, de cierto, hacia donde se encaminan nuestros pasos.